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Este curso nació del dolor.

Del dolor de trabajar sin parar, de darlo todo y aun así sentir que algo no encajaba.

Del cansancio de intentar agradar a todos, de tener la agenda llena y sentirme vacía.

De mirar los números a fin de mes y darme cuenta de que ese supuesto éxito… no lo era.

Porque nadie nos enseña a dirigir un negocio.

Aprendemos a ser estilistas, pero no a hacer números, ni a poner precios, ni a gestionar personas.

Y durante mucho tiempo creí que tener la agenda llena era señal de que todo iba bien,

hasta que entendí que tener la agenda llena no siempre es sinónimo de estar bien.

A veces trabajaba tanto que dejaba de disfrutar.

Daba tanto, que terminé vaciándome.

Y ahí fue cuando empecé a preguntarme si realmente estaba construyendo el tipo de vida y de negocio que quería tener.

Con el tiempo, mi salón fue creciendo y formé un equipo.

Durante un tiempo pensé que eso era el sueño cumplido: el salón lleno, la agenda completa, la sensación de estar “creciendo”.

Pero pronto me di cuenta de que no era «oro todo lo que brillaba».

Intentaba agradar a todos, no ponía límites y daba más de lo que debía creyendo que así fidelizaba.

Cuanto más daba, menos me valoraban.

Y cuanto más me esforzaba, más me alejaba de mí.

Trabajaba al pie del cañón con mis clientas, pero la gestión quedaba atrás.

Y claro, cuando no controlas tus números, tu estrategia ni tu tiempo, el negocio se te escapa de las manos.

La demanda hacia mí era altísima, pero el control, nulo.

Y ahí entendí que algo tenía que cambiar.

Decidí especializarme, subir la calidad de mis servicios y crear una experiencia más cuidada.

Di el paso valiente de convertirme en un salón de autor, donde cada detalle tiene intención, calma y coherencia.

Desde entonces, todo cambió.

Hoy tengo la gestión de mi negocio bajo control, una estructura clara y una estrategia sólida.

He construido un modelo que me da libertad, estabilidad y tranquilidad.

Tener un equipo tiene su parte buena: aprendes a delegar, a liderar, a crecer de otra forma.

Pero también implica más gestión, más responsabilidad y menos tiempo para lo que realmente te apasiona.

Yo encontré mi equilibrio cuando elegí un modelo distinto.

El mío.

Un salón de autor puede ser igual de exitoso, igual de rentable y mucho más tranquilo.

Si lo que buscas es calma y equilibrio, puedes construirlo.

Un negocio pequeño también puede ser un gran negocio.

Yo decidí centrarme en la calidad, la excelencia y la experiencia, no en competir por precios.

Y eso marcó la diferencia.

Y esto te lo dice alguien que trabaja en un pueblo de poco más de 9.000 habitantes (y tiene que clientas que recorren 200 kms para venir a mi salón…)

Las clientas que de verdad me valoraban se quedaron conmigo cuando di ese cambio, y muchas otras recorren muchos kilómetros para venir a realizarse sus trabajos a mi salón.

Porque cuando trabajas desde la calidad, la humanidad y la coherencia, el valor viaja solo.

Y si yo fui capaz de construir algo así, tú también puedes.